A finales de Julio de 2014 realizamos una excursión a las haciendas y región minera de Huasca de Ocampo, en el estado mexicano de Hidalgo. En esta ocasión, nuestro amigo Paco también ha escrito la crónica del viaje, así que la incluyo aquí junto con nuestras fotografías.
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¿A las 7:30? ¡Pero me vais a matar!….
Destino: la región minera de Huasca de Ocampo, en Hidalgo, cerca de Pachuca. Un lugar bellísimo en el que la historia se escribe con dos metales, el oro y la plata.
El pronóstico del tiempo es bueno, sol por la mañana y, como no, riesgo de tormenta por la tarde.
Efectivamente, el día amanece azul. Algunas nubes blancas y grumosas se acumulan sobre las colinas en el oeste. Sobre la ciudad, en el este, sólo se ven nubes dispersas, aunque la atmósfera no está demasiado diáfana.
Hemos quedado en la recepción del Sheraton, en Reforma. Contra pronóstico, llego antes de la hora, pero Yolanda y Juan ya están allí. Yolanda me saluda sonriente y habladora, Juan, cordial y silencioso. Todo en orden 😉 ¿Llevan las cámaras?. ¡Pues claro, qué pregunta más tonta!. ¡Bien!. Eso garantiza un reportaje estupendo.
Poco después aparece Luis, que había salido por otra puerta sin vernos, y finalmente, Alejandro –Alejandro es hoy nuestro anfitrión y guía.
El camino hasta Pachuca es rápido. La ventaja de salir tan pronto es que la salida del DF se hace sin problemas. El cielo está despejado. A la izquierda, una ligera inversión térmica enturbia la capa más baja de la atmósfera, — nada que vaya a resistir el potente sol tropical que se avecina hoy —. A la derecha, una acumulación de nubes blancas y grumosas a ras de suelo que parece señalar un curso de agua.
En Pachuca una pequeña confusión antes de salir camino de Huasca. Nada grave. El resto del camino es bastante más lento, aunque, a cambio, tiene mucho más que ver.
Primera parada, barranca de Alcholoya, más conocida como Prismas Basálticos de Santa María de Regla.
Se trata de una formación rocosa formada por enormes columnas de basalto de base poligonal y decenas de metros de altura.
Cuando la lava se enfría lentamente y en reposo, tiende a formar ese tipo de prismas. Dice la wiki que las bases son hexagonales o pentagonales, pero aquí he visto también cuadriláteros, heptágonos y hasta algún octógono. Se ve que el proceso de crecimiento no es tan simple. Me suena que he visto esta formación más veces; después de revolver un poco, he encontrado tres, la “Calzada de los Gigantes” en Irlanda, Svartifoss en Islandia y Twyfelfontein en Damaraland, Namibia.
En este caso, la formación está fracturada por alguna razón, supongo que es una falla, formando un tajo de paredes verticales, de unos 40 metros de altura, donde el río se precipita en 4 cascadas ·”grandes” y multitud de caídas menores.
Cruzamos de un lado a otro de la barranca por un puente colgante de madera que se balancea a cada paso. La vista es espectacular. A un lado una de las cascadas “grandes” de agua, al otro, a unos 500 metros en el fondo de la barranca, la Hacienda de Santa María de Regla, que da nombre al lugar. Un potente azul en el cielo contrasta con el intenso verde del campo, el rojo de las cubiertas de la Hacienda y el oscuro basalto del cauce del río. El agua tiene color café con leche, propio de la estación de lluvias.
Se puede pasear por el principio de la barranca, en medio de las enormes columnotas chorreantes, y hacia allí nos dirigimos después de hacer fotos a todo, piedras, panorama, hojas, bichos… y muchas otras cosas que sólo ven Yolanda y Juan a través de sus cámaras. ¡Qué bien. Qué ganas de ver sus fotos!
En el fondo de la barranca hay agua por todas partes. El camino se acaba donde la primera caída “grande” lo convierte en un río de aguas rápidas totalmente impracticable. Más fotos.
Intento “pescar” a Yolanda y Juan juntos apuntando a algo que sólo ven ellos. No hay forma. Me gusta como miran despacio, ven, calculan, se acercan la cámara a los ojos, lo piensan otra vez. ¿Qué han visto?. A veces el tele está fuera, están apuntando algo pequeño, o lejano. Otras no. ¿Claramente ellos ven algo que yo no veo?
La siguiente parada es la Hacienda de Santa María.
La Hacienda de Santa María forma parte de un complejo de cuatro haciendas mineras del XVIII. Tres de ellas, Santa María, San Antonio y San Miguel de Regla, eran propiedad de Pedro Romero de Terreros, primer Conde de Regla.
Pedro de Terreros era natural Cortegana, en Andalucía. Aunque era de familia noble, era hidalgo, es decir, sin participación en el Mayorazgo familiar — que, como su nombre indica, heredó su hermano mayor —. Sus padres hicieron lo habitual en estos casos, “sugerir” a Don Pedro que cursara estudios eclesiásticos, pero se ve que a Don Pedro el asunto religioso no le hacía gracia, y optó por emigrar a Nueva España a la edad de 22 años.
Allí, bajo la protección de su tío, prosperó rápidamente. Se asoció con Alejandro Bustamente, que tenía la concesión del Virrey para explotar “La Vizcaína”, una veta de oro y plata, pero Alejandro murió pronto y sin herederos, y Pedro de Terreros se quedó como único dueño de una de las explotaciones de oro y plata más ricas que hayan existido jamás. Además de la mina y las tres haciendas mineras en Huasca de Ocampo, se hizo con otras seis haciendas más en diversos lugares de Nueva España. Acumuló la que se cree era la mayor fortuna del siglo XVIII; mayor que la de cualquier noble Europeo o de la propia Corona Española.
La Hacienda de Santa María de Regla está en el fondo de la barranca y, por tanto, rodeada de paredes verticales de roca. Es un recinto con aspecto medieval, medio fortaleza, medio instalación industrial, medio pueblo. Se accede a ella por una puerta defendida por dos torretas de piedra con estrechas troneras y blasonada con un escudo, supongo que el del Conde. Las paredes tienen cerca de dos metros de espesor … ciertamente a prueba de asaltantes.
Nada más entrar, un pequeño patio con esculturas metálicas de animales sorprendentes, un caballo, un gorila y alguna cosa más… ¡Y cepos de madera para los trabajadores díscolos!. Delante, una construcción en alto convertida en habitaciones y, rebasada ésta por la izquierda, un enorme espacio libre cubierto de verde abajo y, al fondo, las ruinas de la antigua zona de lavado de mineral y los hornos “españoles”. Mucho más al fondo, ya fuera del recinto, a un par de kilómetros o así, la pared de la barranca y una cascada de agua ocre que de desploma sobre el cauce del río. En dirección contraria, los hornos “ingleses”.
Los antiguos lavaderos servían para separar el metal de la ganga. La técnica es la versión grande del “panning” que hemos visto mil veces en las películas del Oeste.
En el “panning”, el buscador mueve suavemente la sartén para batir la mezcla de agua y arena al tiempo que la inclina ligeramente para que el agua se vaya desbordando poco a poco por arriba. De esa forma, el oro, más pesado, se acumula abajo, mientras la ganga, más ligera, es arrastrada por arriba junto con el agua.
En los lavaderos, “la sartén” es una poza enorme fija en el suelo, y la mezcla de agua con la mena pulverizada se bate haciendo caer agua sobre ella poco a poco desde cierta altura. De ese modo, al tiempo que la mezcla se agita, la poza se desborda lentamente y, al igual que en el “panning”, el oro se acumula en el fondo y la ganga es arrastrada por el agua.
Además, la mena se mezclaba con mercurio para facilitar la separación de la plata. Naturalmente, esto envenenaba a los trabajadores, pero eso no le importaba a nadie.
Para asegurar que todo el metal se aprovecha, el proceso se hace en varios niveles. De forma que el agua que desborda de las pozas de un nivel se hace caer sobre las pozas que hay al siguiente, repitiéndose de nuevo el proceso. Finalmente, todo el agua se acumula en un último estanque grande de muy poca profundidad, donde se hace una última recogida a mano, supongo que con “sartén”.
Ahora el sitio es una delicia. Hileras de pequeñas pozas redondas y estanques cuadrados en tres niveles. El agua cae de unas a otras a través de canales de piedra. Suena a paz. Algunas pozas están llenas de nenúfar verde, otras de agua ocre, otras secas. Nos entretenemos paseando entre ellas, lo que no siempre es fácil. Buscamos un rincón, una sombra, un silencio. ¿Por qué nos gustan las ruinas?. Es difícil saberlo. Yolanda y Juan intentan convertir en imagen lo que los demás sólo sentimos.
Junto a los lavaderos está la entrada a los hornos “españoles”. Están en una zona semi-subterránea. Cuando entras no ves nada, deslumbrado por la fuerte luz del exterior. Cada horno tiene un nombre grabado en piedra, «Las Órdenes de Cristo», «Nuestra Señora de los Dolores”… Supongo que los trabajadores debían llamarlos de formas menos «nobles», considerando que frecuentemente se quedaban ciegos por el calor.
Nadie diría que esto era un infierno. El lugar es apacible, fresco, tranquilo. Solo el murmullo del agua, presente en todas partes, y algunos turistas charlando. Nos perdemos un rato vagando por los rincones. Pedimos a las piedras qué nos cuenten cómo era el calor y el bullicio, pero ellas hablan de paz y silencio.
En una “sala” encontramos una mesa de piedra que resulta ser de mentira, seguramente parte del decorado de alguna película filmada en este lugar. Según nos cuenta Alejandro, aquí se filmaron escenas de “La Máscara del Zorro” y alguna película más. Jugamos a hacernos “los fortachones” levantando sin esfuerzo el enorme “pedrusco”.
En el otro extremo de la finca está la zona de los hornos “ingleses”. En el XIX, la concesión fue adquirida por una compañía inglesa. Quizá los herederos del Conde decidieron “machacar” la fortuna del abuelo, quizá venció la concesión. No lo sé, pero sea como sea, “los ingleses” construyeron unos hornos nuevos, aunque conservaron los lavaderos originales. Los hornos “ingleses” se ven más enteros, son claramente más modernos y no tienen nombre grabado en piedra. Según nos cuentan, los trabajadores también se quedaban ciegos frecuentemente por el calor.
Para terminar la visita, volvemos hacia la entrada y descansamos un rato en un banco junto a un contrafuerte del muro. Ahora hace mucho calor. Mucho. Arriba del contrafuerte, un lagarto de color grisáceo con el lomo pardo sale corriendo a toda velocidad.
Siguiente destino, Huasca y la Hacienda de san Miguel de Regla.
Paramos poco en el pueblo. Damos una vuelta por la plaza principal, atiborrada de puestos, y después buscamos un sitio para comer un poco y beber una cervecita. En lo que estamos sentados, el cielo se cierra por fin y cae una tromba de agua. Se agradece, hacía demasiado calor.
Cuando amaina la tormenta, nos vamos hacia el siguiente destino, la hacienda de San Miguel de Regla, donde vamos a dormir.
San Miguel de Regla es también medio fortaleza, medio instalación industrial-minera y medio residencia, pero la zona de los hornos está sumergida, lo que le da un atractivo especial. Puedes acercarte a ella en bote pero, no puedes entrar. Quizá buceando.
Al principio, pensamos que las albercas de lavado de la parte de arriba se habrían roto en el pasado y que el agua lo habría invadido todo, pero después descubrimos que simplemente esa zona está por debajo del nivel de la presa de San Antonio. Presa que, por cierto, se llama así porque inunda completamente la tercera hacienda minera del Conde, la de San Antonio de Regla.
Cuando llegamos, está empezando a llover, así que damos un paseo rápido y nos vamos a descansar antes de la cena. Después, cenamos en el hotel.
Un grupo formado por guitarra española, chelo, bajo y soprano interpretan cosillas conocidas. Bastante bien. Nos gustan. Les pido “volver” y lo interpretan, les pido también “Libiamo”, pero me dice la soprano que necesita un tenor. — “Si usted quieres acompañarme la cantaré con mucho gusto …”—. — “Jajaja. No, muchas gracias” —. Pobre. Se nota que no me ha oído cantar nunca. Me quedaré con las ganas. No nos ponemos de acuerdo en si es más atractiva la chelo o la soprano, pero sí coincidimos en que una músico siempre resulta atractiva.
Por la mañana nos levantamos temprano para dar una buena vuelta a la hacienda.
Es difícil describir la belleza de éste lugar. La zona alta en el área de la entrada es muy agradable pero, hasta cierto punto, “convencional”: construcciones de diferentes épocas convertidas en alojamientos, comedor, salas de juego u oficinas, rodeadas de caminos más o menos ajardinados.
Pero, cuando bajas a los antiguos hornos entras en otro mundo. Es un espacio ciertamente… extraño. Extraño y enormemente atractivo. Ruinas semi inundadas que piden a gritos volverse niño, un antiguo acueducto convertido en paseo, caminos que no son caminos sino la parte superior de viejas murallas, puertas en medio del agua que no son puertas sino ventanas, chimeneas que sobresalen en medio del “estanque”. Y rincones. Rincones para detenerse, rincones para curiosear, rincones para imaginar historias fantásticas o para observar una araña haciendo su tela.
Me fijo en Yolanda y Juan. Sí, creo que también se han dado cuenta. Mientras yo intento escribir lo que siento en mi imaginación, ellos intentan dibujarlo en sus cámaras.
Al otro lado de los hornos, el suelo vuelve a “subir”. Aquí se encuentran la antigua alberca de la Condesa, — donde falleció el Conde de Terreros —, un precioso camino con grandes arbolotes y, ya al final de la propiedad, algunos alojamientos ciertamente apetecibles. Para la próxima vez habrá que intentar conseguir uno en este lado.
El conjunto de la propiedad resulta algo decadente, no sólo por las ruinas, sino también porque los caminos y las instalaciones están algo descuidadas, y la vegetación, — y multitud de telas de araña–, tienden a invadirlo todo. Sin embargo, para mi gusto, eso no le resta atractivo al sitio sino todo lo contrario. Así resulta más … no sé … intrigante.
Próximo destino, el barranco de la Peña del Aire.
El barranco de la Peña del Aire es un profundo cañón de paredes casi verticales. Intento estimar la altura a ojo. El cuerpo me pide más de 1000 metros hasta el cauce del río que discurre por el fondo, aunque la mente me dice que no puede ser tanto.
A pesar de lo abrupta que es la ladera, una brisa suave y laminar asciende continuamente por ella. El lugar tiene un “salto” espectacular. Sin embargo, no veo sitios para despegar… ni para aterrizar; quizá junto al río. Escucho la brisa. Está diciendo, —“Ven, tonto, no te quedes ahí abajo. ¿No te apetece pasear un rato por el cielo?”.—
Unos zopilotes aprovechan para darnos una lección de vuelo de ladera. Les acompaña una especie de halcón. En un punto, encuentran una fuerte ascendencia y suben hasta que el halcón, algo más pequeño, se pierde de vista. ¡Qué envidia me dan!
Hacemos una pequeña ruta que va bordeando el barranco y parando en diferentes “miradores”. ¡Pero qué belleza de sitio!. ¡Y qué calor hace!. El suelo está cubierto de verde porque últimamente ha llovido a mares, pero la vegetación dominante apunta a que esta zona es árida la mayor parte del año. Nopales, agave y grandes arbustos de hojas duras que pinchan y se enganchan en la ropa.
Finalmente, llegamos al lugar que da nombre al lugar, la “Peña del Aire”. Se trata de un enorme pedrusco casi vertical que se levanta en mitad del barranco sostenido por la nada. En la zona hay varias atracciones, una tirolina que cruza al lado de “Peña”, cuatrimotos, y algunos puestecillos donde comer y beber algo.
Después de bajar hasta la peña y pasear un rato, nos sentamos en compañía de una pareja desconocida a tomar un jugo de coco y probar el pulque de la zona. Ella se presenta como franco – mexicana, aunque no tiene ningún acento, y él como mexicano. Tanto por su vestimenta, — de campo, pero de gran calidad y muy cuidada,— como por su forma de hablar, correcta, fluida y agradable, intuyo que se trata de gente bien educada, holgada de dinero, y con mundo. Veremos si acierto. Al despedirse, él nos da su tarjeta. Se trata de un funcionario de cierto nivel del Ministerio de Turismo mexicano. Acerté. Cuando nos vamos, nos dice la mesera que han pagado nuestra cuenta.
Última parada, Real del Monte.
Este pueblo es famoso por tres cosas muy diferentes, pero relacionadas entre sí. La primera, sus minas. Aquí estaba “La Vizcaína”, la veta de oro y plata que hizo rico al Conde de Regla. Su producción era tan grande que, cuando Carlos III anunció una posible visita a Nueva España, el Conde planeó cubrir de plata todo el camino desde el puerto de Veracruz hasta su hacienda en Huasca, a más de 100 km de distancia. Por suerte para él, Carlos III nunca hizo el viaje, y el Conde no sólo se ahorró la plata sino, sobre todo, se ahorró el “problemón” de proteger kilómetros de plata tirados por el suelo. “La Vizcaina” hoy está agotada, pero la zona sigue produciendo plata en abundancia.
La segunda, porque es cuna de las organizaciones obreras mexicanas. Aquí se llevó a cabo la primera huelga, precisamente contra el Conde, cuando éste quiso suprimir una parte del salario de los mineros, el “partido”, que consistía en quedarse con una fracción del mineral. Además, aquí se fundó el primer sindicato mexicano, minero, por supuesto.
Y la tercera, porque también es la cuna del fútbol mexicano y, dicen, que de América entera. Cuando la concesión de las minas fue adquirida por una compañía inglesa, muchos ingleses vinieron a establecerse aquí y crearon el primer club de fútbol de México. La historia es exactamente igual que la del primer club de fútbol español, que fue creado en Huelva por los empleados ingleses de las minas de Río Tinto.
La influencia inglesa se ve aun en algunos detalles, como los «pastes», dulce típico de la zona, de origen inglés, y la abundancia de ojos verdes, también de origen inglés… según dicen.
Real del Monte es un pueblo próspero, cuidado y limpio. Hoy es el festival de la plata, así que las calles están llenas de gente a reventar. Hay «danzones”, puestos callejeros, mimos, música, teatro y, como no, plata. La que parece ser la calle principal, está ocupada por un mercadillo cubierto. Por un lado, es una pena, porque no podemos ver la calle, pero por otro, el lugar resulta entretenido, y pasamos un rato curioseando, aunque sin comprar nada… ni siquiera plata.
La plaza del pueblo, al final de la calle, está invadida con tres cosas, gente, luz y, sobre todo, color. Para mí es imposible hacer una foto que refleje cómo veo este lugar. O el amarillo de la esquina me sale blanco, o el rosa del fondo me sale negro… o todo sale pastel. Definitivamente, tendré que esperar a las fotos de Yolanda y Juan.
Después de un rato paseando, curioseando y haciendo algunas fotos, tomamos un chocolate en una cafetería en la esquina de la plaza y nos ponemos en marcha para volver al DF.
Excelente excursión. Gracias Alejandro.
Dedicado a Alejandro, nuestro guía, Yolanda y Juan, nuestros ojos, y Luís, compañero de viaje.
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