20-Feb-2010
Después de una rápida comida (hay que aprovechar este día tan bonito) embarcamos en las lanchas para explorar las islas Melchior. Estas islas se sitúan entre Anvers y Brabant, en el centro de la bahía de Dallman, en el archipiélago de Balmer. Las islas no tienen mucha altura pero están cubiertas de una gruesa capa de hielo, con apenas tierra libre donde desembarcar.. En una de esas islas se encuentra la estación argentina Melchior, ocupada solo en verano.
Vamos a explorar los alrededores en lancha, para intentar ver la abundante fauna de este lugar.
Por supuesto no pueden faltar icebergs de sorprendentes formas:
Con algunos de ellos jugamos a hacer fotos de catálogo de viajes:
Durante la exploración nos acercamos a una oscura cueva formada por muchos metros de nieve, aunque por precaución no entramos en ella.
No podían faltar las focas (Arctocephalus gazella), que se muestran muy esquivas y nerviosas:
También tenemos la oportunidad de ver cormoranes (Phalacrocorax bransfieldensis), con esos bellos ojos azules:
Pero todos estamos esperando ver ballenas jorobadas. El día es perfecto: aire limpio, mar en calma, de un bellísimo color azul, nada de viento.
Las miradas clavadas en el horizonte, en busca de siluetas negras; los oídos atentos al más mínimo signo de movimiento. Nos balanceamos lentamente sobre las lanchas, en silencio, esperando.
De pronto alguien dice «¡Ballena!» y todos dirigimos las miradas y las cámaras hacia esa dirección:
Vemos tres ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae), que parecen disfrutar del día más que nosotros. En estas fechas llevan ya varios meses alimentándose y se presentan muy tranquilas, incluso curiosas. Nos acercamos lentamente, para verlas más de cerca, procurando no molestarlas.
Pero lo que nunca nos podíamos imaginar es que no solo no se fueron sino que vinieron hacia las lanchas, como queriendo saber quiénes éramos. Estaban muy tranquilas, sumergiéndose suavemente y apareciendo a escasos metros de nosotros. Algunas incluso llegaban a tocar la lancha con las aletas. Sacaban la cabeza de la superficie y nos miraban con esos enormes ojos, sin miedo alguno.
Empezaron a acercarse más y mas. ¡No sabíamos dónde mirar! Estaban por todas partes, rodeándonos. ¡Casi podíamos tocarlas!
Una de ellas se puso «boca abajo», y empezó a mover la cola de un lado a otro, como saludando.
Otra sacó una aleta y también se puso a saludarnos, hasta que se puso «boca arriba» para tomar el sol con nosotros:
Luego se sumergió lentamente, casi con pereza:
Las horas iban pasando y teníamos que regresar al barco, pero el espectáculo era tan fascinante que nadie quería irse. El piloto de nuestra lancha, biólogo y fotógrafo, llamó al barco y le pidió al líder de la expedición que nos dejara un poco más, que este «encuentro en la tercera fase» era algo único. Tanto entusiasmo demostró que el líder nos dejó disfrutar una hora más. Y entonces empezó lo mejor. Las ballenas se empezaron a acercar casi con descaro, pasando de una lancha a otra, como para darnos la opción a todos de verlas de cera, de muy cerca.
Esta ha sido quizá la experiencia más fascinante de encuentro con vida salvaje de nuestras vidas. El perfecto colofón de nuestro último día en la Antártida (por ahora).
De regreso al barco todos mostrábamos la alegría y satisfacción en nuestros rostros, algunas más que otras:
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