Islandia es una tierra donde los cuatro elementos se combinan de formas sorprendentes. El agua, en todas sus manifestaciones, está presente por doquier (y muy a menudo te cae del cielo en grandes cantidades).
Una de esas manifestaciones son las cataratas: las hay por todas partes, aprovechando los cortes del terreno ocasionados por los movimientos terrestres. Algunas son muy caudalosas, provocando un gran estruendo y esparciendo pequeñas gotitas de agua muchos metros por encima de ellas (empapando a los turistas incluso en un día despejado). Otras son altas y esbeltas, aunque mojan casi lo mismo.
Pero lo que todas ellas tiene en común es el gran número de turistas que van a verlas: parece como si todos hubiéramos comprado la misma guía, porque nos vamos encontrando a la misma gente en todas las cascadas.
La mayoría de los turistas bajan del coche o autocar, hacen la foto y se van a ver otra. Si llueve pues la ven lloviendo, porque no hay posibilidad de verla de nuevo otro día. Los más afortunados pueden verlas varias veces o a distintas horas (hay mucha diferencia en verlas por la mañana que por la tarde). Los verdaderamente afortunados son los que solo están unos minutos, justo para que salga el sol y aparezca un bonito arco iris para inmortalizarlo en una buena foto.
He de reconocer que nosotros tuvimos bastante suerte.